Te declaro libre; sí, definitivamente.
Mi ley ya no rige para ti ni para ninguna. Ha fenecido.
Durante siglos te proclamé mi esclava. Impuse una voluntad única:
La mía, es decir, la de los hombres.
Mi verdad fue el tiempo de tu condena. Perduró siglos.
Cómo resarcirme, ahora, que lo comprendo todo: Fuiste madre de
los hijos engendrados para el placer de mi sangre. Fuiste atribulada
esposa de mi casa para el tributo sagrado. Fuiste mujer para que te
gobernara.
Fuiste, porque ya no eres.
Te declaro libre; sí, definitivamente. No sólo a ti, sino a todas. El
Ágora y el Foro votan ya en absoluta libertad.
Entonces, cómo es posible que no comprendiera.
Pude ser valiente hoplita sin yelmo, caballero rendido sin espada,
soldado de plomo de mirada tierna.
Pude ser todos los hombres, el mejor hombre para que tú me
eligieras, sin sangre, sin lágrimas, sin fronteras.
Sin embargo, no supe conjugar al dios de los verbos.
Mi memoria es un triste discurso construido sin palabras. Cada
hecho bastó para pronunciarse. He pecado en lo nimio e inconmensurable
recorriendo al tiempo para alcanzarte.
Mujer: Siempre he estado lejos de ti; y es hoy cuando te comprendo.
¿Y si tú me gobernaras para ser tu esclavo? ¿Qué diríamos los
hombres?
La vida es así; algo sucede porque está sucediendo. El tiempo es
esta línea infinita que ya no se tuerce. No he sido arquitecto de tu libertad,
porque has descubierto al hombre real que hay en mí, y esta revelación nos
obliga a recomenzar la historia.
En ti están todas las mujeres, en todas sus formas: De Penélope a la
última gran Eva. Todas las mujeres en una.
Contigo me fui haciendo hombre; humanicé la fuerza para amarte.
Ahora sé que puedo conmoverme de otra manera en el vesubio de tu
boca. De tu hoguera brotan las cenizas para la muerte bella.
Tu tiempo es hoy; el mío ha sido.
Por eso te declaras libre; sí, definitivamente.
Mujer Libre, Carlos Cabrera, Valencia marzo de 2007
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