“Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor”
Por Leticia Amato (*).- Una de las polémicas que orbitó a la literatura latinoamericana desde la primera mitad del siglo XX en adelante fue el rol del escritor en tanto trabajador de la palabra y sujeto político-histórico. La literatura argentina y sus protagonistas no estuvieron al margen de estos debates, incluso aportaron interrogantes propios. Así, otra incógnita que circuló insistentemente por bares y reuniones, cafetines y sótanos y cuyo eco aún retumba vetusto por algún claustro universitario fue: ¿la literatura debe ser permeable a cada etapa histórica de la humanidad y reflejarla o, en cambio, debe mantenerse ajena a esa clase de vaivenes, abocándose sólo a recrear mundos imaginarios?
Hubo quienes, en esa misma línea interrogativa, fueron más allá y se preguntaron si el compromiso con movimientos político-sociales tendientes a cambiar el orden dado de las cosas en este mundo, atentaba contra el estilo, es decir la forma particular de crear una obra literaria, en definitiva, un objeto de arte.
Julio Cortázar en la Universidad de Berkeley, en 1980
En este sentido, para los amantes de la literatura latinoamericana, de los problemas que ésta se plantea y de uno de sus máximos exponentes, Julio Cortázar, Clases de literatura, el libro que recoge una serie de ocho clases magistrales dictadas por el escritor, en la Universidad de Berkeley, durante los meses de octubre y noviembre de 1980, puede resultar un texto sumamente revelador. Mi curso en Berkeley fue excelente para mí y creo que para los estudiantes, no así para el departamento de español que lamentará siempre haberme invitado; les dejé una imagen de “rojo” tal como la que se puede tener en los ambientes académicos de los USA, y les demolí la metodología, las jerarquías profesor-alumno, las escalas de valores, etc. En suma, que valía la pena y me divertí., confiesa Cortázar alegremente en una carta a su amigo Guillermo Schavelzon, el 18 de diciembre de 1980.
El recorrido de cuestionamientos comienza desde los primeros minutos de la primera clase cuyo capítulo en el libro se titula El camino de un escritor. Allí, cual cross a la mandíbula de un público un tanto ingenuo y azorado, Cortázar dispara:…ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de “estética”, donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros con un ideal de perfección estilística profundamente refinado. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.
Y agrega, sentando toda una definición: Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor, que además es un hombre, tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes.
El libro viene a reponer, por un lado, alguna de las claves con las que el escritor propone sean leídas sus principales obras. Sin embargo, el bonus track que lo convierte en un texto especialmente curioso y singular es que Cortázar va a desplegar para los estudiantes norteamericanos una suerte de teoría literaria nouvelle, no académica, basada en el análisis político-histórico de la realidad latinoamericana de las décadas del ’60,‘70 y ‘80. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el ‘61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. En ese momento, por una especie de brusca revelación — y la palabra no es exagerada—, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. La condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario.
Clases de Literatura se publicó casi treinta años después de la muerte de Julio Cortázar, por iniciativa de Aurora Bernárdez, quien fuera su primera esposa y albacea literaria. De esta forma, tal como lo anticipa el prólogo, se publican por primera vez bajo su firma páginas que no han sido escritas por Cortázar sino habladas. Y dado que la verborragia cortazariana corre con la misma fluidez e ingenio que su pluma, leer estas conferencias resulta casi tan emocionante como venir a descubrir un tesoro enterrado en la arena de aquella playa a la que tantas veces hemos ido.
Sade San Miguel
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